Lucía abrió los ojos. A través de la ventana se filtraba el sol. Se rascó los ojos llenos de legañas, que aún tenía medio cerrados. Estaba perpleja y aún no terminaba de entender qué había a su alrededor. Allá afuera se escuchaba el dulce trino de los pájaros, y dentro de la casa, las voces de su padre y su madre, que nunca le habían parecido tan cordiales como hasta ahora. Lucía meditó, al tiempo que terminaba de abrir los ojos a una nueva realidad, más brillante. Había sido una larga pesadilla, pero al fin había salido de la habitación oscura. Y Él ya nunca volvería.
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