Cuando Lucía abrió la puerta de su piso y salió al pasillo, encontró un puñado de cuartillas disperso por el suelo; algunas se filtraban bajo la
puerta del piso de su vecino. Su curiosidad natural le llevó a
recopilarlas y guardárselas dobladas en el bolsillo de su chaqueta antes
de continuar el camino hacia el trabajo. Todo estaba bañado en la gris y
tranquila penumbra del alba y nadie en la ciudad había oído aún la
respiración de ninguna otra persona.
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