Aquella niña era muy elegante y tenía una casita de dos pisos, apartada, más allá de la laguna, en un prado neblinoso y apartado de la civilización. Vivía sola, y nadie recordaba haber conocido a su familia. Pero lo más llamativo de su casita era el cementerio que había junto a ella, tendido sobre la hierba. Era un cúmulo de osamentas metálicas, armazones resistentes que reproducían multitud de animales y figuras. Había allí jirafas, mamuts lanudos, perros salvajes, vasijas, ventanas, antiguas estatuas... Frecuentemente aparecían por allí niños salvajes y misteriosos aparecidos, entre las grandes piedras blancas y las osamentas silenciosas. La niña bajaba a jugar con aquellas criaturas y creaciones, cuya procedencia se desconocía. Pero esto a ella bastaba para no desear más contacto con la humanidad.
Iniciación
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XXXVI
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