Iniciación

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XXIV

La oscuridad se hizo cada vez más fuerte, las sábanas estaban mojadas, todo empezó a dar vueltas. Lucía alargó las manos a tientas: no había nadie en la cama. Divisó una sombra sentada a su lado que le dijo:
—Ven aquí, vamos a visitar el imperio.
Así que siguió a la sombra, que tenía la voz de su amiga, aunque no llegó a saber si era ella o no, y salieron a la calle, y después de atravesar los grandes descampados que yacen tras la ciudad, surgieron tras una colina y contemplaron el horizonte plagado de fábricas y chimeneas que despedían humo.
—Contempla el humo, este es el imperio. Ven, ya hemos llegado al último punto de la evolución, la humanidad ya no es necesaria.
Y avanzaron. Lucía paseó por entre las hondas y enormes fábricas, plagadas de tubos, chapas y calderas despidiendo carbón. Había muchos ángulos sombríos tras los grandes incendios de las calderas. Sonaba un imperante chirrido de fábrica.
—Esa es la música del cielo, abre tu alma hacia ella —dijo la sombra.
Las maquinarias funcionaban a la perfección, multitud de válvulas indicaban la presión necesaria, los tubos chorreaban gases. Pasaron un tiempo inmenso mirando las instalaciones, Lucía abrió su alma hacia la música del cielo, y vio lo que allí había, espesas nubes de humo negro. El mundo se escapaba. Decidió atravesar las grandes avenidas para escapar del infierno, pero estas se prolongaron hasta el infinito, y no logró encontrar el camino de regreso, hasta que las nubes bajaron del cielo y la convirtieron a ella también en nube.

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