La conquista no tardó en dejarse notar. Cuando Lucía abrió los ojos era noche de nuevo. La luz lunar atravesaba con suavidad las claras cortinas de su habitación y hacía proyectar lánguidas y perezosas sombras. Se sentía confusa y no estaba segura de haber estado con nadie las horas previas; sintió la boca seca, así que decidió ir a la cocina a por agua. Cuando rechazó las sábanas y apontocó los pies sobre las baldosas, sonó un clic. Lucía se frotó los ojos, carraspeó y se puso de pie. Llegó a la cocina, cogió un vaso, lo llenó de agua y bebió de un trago. Se disponía a volver a acostarse pero tuvo la necesidad repentina de echarle un vistazo al salón. Allí, sobre el sofá, había sentada una sombra, y la sombra se había percatado de la presencia de Lucía. Sus ojos no brillaban, pero se intuían en la oscuridad. Lucía tuvo de repente la impresión de que el destino le daba la oportunidad de recobrar algo que había perdido horas antes y una sensación de victoria y confianza brotó de ella, como si las potestades volvieran a ella con formas aladas y benignas y dieran sentido a su despotismo. Solo dijo una palabra:
—Fuera.
La sombra se levantó y se deslizó silenciosamente hacia el vestíbulo. Abrió la puerta y se marchó. Lucía encendió la luz y encontró las cuartillas sobre la mesa del salón. Sonrió, pensando en cuánta razón tenía al no depositar su confianza en nadie; pero a pesar de todo, sólo se sentía derrotada. Completamente derrotada.
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