Desperté con el ánimo vigoroso. Todo estaba oscuro alrededor. Subí las persianas y todo el ambiente se llenó de oro y azul. Abrí las ventanas y mis pulmones se llenaron de viento fresco. Sentí por primera vez en mucho tiempo el gozo de la vida, el placer interior de la serenidad, y deseé estar tendido en mullidos campos de hojas verdes y flores rojas. Todas las imágenes se filtraban por mi mente con plena pureza. Derribé las viejas estanterías e hice trizas los viejos libros. Dejé las habitaciones hechas un caos de páginas sueltas y tapas destrozadas e hice de ellas mi colchón de hojas amarillas. De repente, mi vista se deslizó por un fragmento ya conocido:No temas; la isla está invadida de ruidos,
sonidos y dulces aires que dan placer y no hieren.
A veces mil instrumentos tañerán
junto a mi oído; y otras veces unas voces
que, si despertara entonces de un largo sueño,
me harían dormir de nuevo: y luego, soñando,
las nubes se abrirían, y mostrarían riquezas
a punto de llover sobre mí; tantas,
que pediría llorando si despertase
volver a soñar otra vez.
El fragmento pertenece a La Tempestad, una obra de Shakespeare.
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