Lucía se encontró reflexionando vagamente. En su voluntario aislamiento del mundo, las cuartillas que tenía ante sí eran lo único que podía conmoverla ya en el mundo. Todo lo demás estaba apagado, incluso la luz que estaba encendida en la habitación. Todo lo que había más allá de esas letras se difuminaba y desaparecía. Tal era el hechizo y atracción que producían en ella las tremendas visiones que allí se describían. La luz de las lámparas era vil y artificiosa y en su opinión la luz del mundo del sol negro era incluso más auténtica, a pesar de que allí aún no existía la luz. Tenía los ojos hinchados. Se rió. Recibió un mensaje al móvil:
¿Has escrito tú todo eso? No quiero saber nada más de ti. Estás perdida.Pero esto solo le sirvió para hacerla reír aún más. ¿Qué le importaba a ella todo eso? Los jóvenes ahogados en el mar. Eso era importante. Y la humanidad perdida en horribles jaulas, y los sueños y las hogueras crepitantes en las cuevas, los hombres cuyo espíritu radiaba más allá de la pobreza, los héroes condenados. De alguna forma misteriosa cuyo significado escapaba a Lucía, todo eso era importante. No podría haberlo explicado nunca, pero estaba convencida de la verdad intrínseca de ello; y a pesar de que la noche era espesa y tenía sueño, cogió la primera cuartilla que encontró y se puso a leer, de nuevo.
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