Iniciación

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XI

De alguna forma, a Lucía le perturbaba ser testigo secreto de aquellas extrañas confidencias. No estaba segura de cómo podían haber llegado aquellos papeles a sus manos, pero de repente estaba decidida a saber más, a involucrarse con aquel relato. Era extraordinario. Vientos de cal, había leído. Se asomó a la ventana tratando de escrutar el cielo y no encontró nada fuera de lugar. El cielo era un lienzo azul, moteado de esponjosas nubes blancas. Todo normal, todo como siempre. ¿Cómo sería ver vientos de cal? Se encontró haciendo un esfuerzo imaginativo, tratando de pensar en ello. De repente se dijo: ¿cómo debe ser amanecer y encontrar que el cielo se ha vuelto púrpura, quizá? ¿O que ya no hay más cielo, que este se ha quebrado como un cristal y solo hay pequeños fragmentos vítreos lloviendo desde las alturas, y el sol ya no ilumina como antes, sino que su haz se quiebra y solo es capaz de irradiar una luz corrupta y angustiosa? Lucía se levantó de la cama y fue hacia la puerta de su casa. Levantó la mirilla y se dedicó a contemplar la puerta de enfrente, la de su vecino. ¿Qué estaría haciendo en aquel momento? Se dio cuenta de que era absurdo pensar que estuviera haciendo algo emocionante: por lo que había leído pasaba todo el tiempo en su casa. Sin embargo, le interesaba. Su casa debía estar muerta, pero en su interior algo vivía. Lucía se puso algo de ropa de calle y salió, se alejó de su bloque de pisos y se situó en un lugar desde donde podía ver las ventanas de su piso y las de su vecino. Todas las persianas del piso de éste estaban bajadas. ¿Qué tipo de vida podría ser esa? ¿Podría ser cierto que vivía alguien allí? ¿Se había marchado? Quizá todo era una farsa y alguien jugaba con ella. Este pensamiento dejó inquieta a Lucía, que volvió a casa y resolvió llamar a su amiga para distraerse con otra cosa.

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