Ojalá la vida no fuera tan aburrida, ni la gente tan previsible, ojalá algo me sacará de aquí, pensaba Lucía a menudo. Lucía entreabrió los ojos, perezosamente. Eran las horas que precedían a su despertar completo las horas en las que se sentía más débil y a punto de romperse. Desde hacía algunos días había tratado de no pensar en su vecino. Se resistía vivamente a elucubrar, y de todas formas, ¿qué podría hacer? ¿Esperar que volvieran a caer más cuartillas en sus manos? Una idiotez, pensaba Lucía una y otra vez, una idiotez.
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