La doncella roja avanzaba por las llanuras amarillas acompañada por el hombre gris. El hombre gris iba encapuchado con una túnica gris, y abajo de la túnica su piel era gris también, su rostro severo e inexpresivo. No era un guerrero: poseía una magia muy antigua, desconocida y poderosa y aquellos que escrutaban en su mirada desviaban su camino sin mediar palabra. Por ello, el hombre gris siempre encabezaba la marcha que él y la doncella roja habían emprendido. La doncella roja tenía un vestido rojo, su pelo era rojo, pero su piel era como la nieve y sus ojos negros como la noche; llevaba consigo un puñal de cobre. Avanzaron a través de la llanura y luego se adentraron en montañas verdes y misteriosas, donde la niebla y el silencio eran los únicos moradores. Era una cordillera extensa, y pasó mucho tiempo antes que pudieran salir de allí, tanto que se llegó a contar que habían sido tragados por siempre por la niebla inmisericorde, pero finalmente vislumbraron una torre lejana, por nadie guardada. Tal era su destino, y allí encontraron solo ruinas y objetos polvorientos, pero subieron y subieron las escaleras de la torre y llegaron a una cámara protegida por poderosas runas que fueron destruidas a una palabra del hombre gris. Cuando los portones fueron abiertos descubrieron lo que había dentro de la cámara: la tumba del héroe, que descansaba después de innumerables batallas sangrientas, imbuido en un trance místico, del cual solo despertaría cuando las palabras de poder fueran pronunciadas. Pero la doncella roja sacó de los pliegues de su túnica el puñal de cobre y lo hundió en el corazón del héroe, para que de esta forma ya nunca despertara ni conociera el dolor de los días futuros, y ninguna palabra de poder fue pronunciada.
Iniciación
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XVIII
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Así de onírico que tuve que leerlo de nuevo por la mañana para asegurarme de que era real.
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