Ya no recuerdo cuándo sucede nada de cuanto ocurre. A cada momento confundo los momentos del día: en uno creo encontrarme en la noche más negra y al siguiente abro los ojos y me ilumina el sol más radiante. También sucede al revés. He bajado las persianas de modo que la única luz que vea sea aquella que yo encienda voluntariamente. Pero esto no ha funcionado. El otro día, o la otra noche, ¿quién podría decirlo?, estaba bebiendo té en el sofá del salón, con la luz encendida. Pero, de repente, entré en un lapso de inconsciencia y me encontré en el mismo sofá, con la misma taza de té, solo que ahora estaba todo a oscuras. Durante unos minutos la confusión y el aletargamiento me mantuvieron pegado al sofá, pero razoné que la luz debía haberse averiado, por lo que me levanté y tanteé el interruptor que, al primer golpe, hizo brotar luz desde la lámpara. ¿Qué significa esto? Quizá escribir pequeñas historias me ayudé a encontrar alguna conexión, un faro entre el caos, pero encuentro que lo que escribo a menudo desaparece. Creo recordar haber estado con alguien recientemente. Quizá ese alguien entró en casa y se llevó algunas cosas. Probablemente fue una mujer. Pero debo estar loco, no encuentro conexión entre mis ideas, pues cuando estas se atreven a fluir un poco lo hacen con lentitud pasmosa y se niegan a formar imágenes. Una idea me aterroriza singularmente estos últimos días: me estoy quedando sin comida y no sé qué puede aguardarme fuera.
Iniciación
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IX
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