Naturalmente, Lucía encontró que las cuartillas no guardaban ningún orden aparente. Las hojeó vagamente mientras tomaba un café caliente en el trabajo. Al llegar a casa, por la noche, lo primero que hizo fue soltar aquellos papeles sin sentido en la mesa de su salón. Se preparó algo de cenar y comió intranquila, con la mente distraída en vagas ensoñaciones. El sonido de la televisión le parecía lejano y difuso. En cuanto terminó la cena, apagó el interruptor y se centró en las cuartillas que estaban dispersas en la mesa. Estaban escritas con una caligrafía rápida y apasionada, una letra que se tachaba numerosas veces a sí misma, tanto que algunas cuartillas resultaban inservibles; Lucía tenía la ligera y excitante sensación de la aventura. Poco a poco fue enlazando las hojas y, tras un largo rato, logró descifrar el mensaje.
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